Había sido un día de mierda. De esos en los que uno perdía
la poca fe en la humanidad que le quedaba y odiaba todavía más, si era posible
y hasta el punto de desearles la extinción, a sus congéneres.
Por suerte, antes de llegar a casa, recordó que, en la
despensa, entre botes de conserva cubiertos de polvo, había una botella de vino
bueno de la última cena de navidad de la empresa que lo estaba esperando.
Abrió la puerta, tiró las llaves sobre el cuenco del
recibidor y fue directo a buscarla. La sacó con cuidado, como si fuera el
tesoro más preciado del mundo y la llevó a la cocina.
Se puso a buscar el sacacorchos, ¿Dónde demonios estaba?
Lo encontró por fin, y entonces sonó el teléfono. Lo miró de
reojo. Era su madre. Lo dejó sonar, pero ella insistió. Y al final asustado,
pensando que quizá fuera algo importante, la muerte de un tío o similar,
descolgó.
No era nada importante, solo su madre recordándole que hacía
tiempo que no la llamaba. Le dijo que estaba muy ocupado, que la llamaría más
tarde y colgó.
Volvió a centrarse en su botella. Le quitó el aluminio que
cubría el tapón y en el preciso momento en el que iba a clavar la punta en el
corcho, a su gato le dio por golpear con la pata la ventana. Estaba lloviendo y
no quería quedarse fuera.
Lo dejó entrar, malhumorado, y el gato se subió a la mesa y
quiso jugar con el sacacorchos abandonado. Lo bajó al suelo y volvió a subirse,
así hasta cuatro veces, hasta que recordó que en algún cajón había un juguete.
Tardó varios minutos en encontrarlo, pero cuando se lo lanzó, volvieron a estar
solo los dos: Él, y su botella.
Empezó a girar el sacacorchos, feliz, deseoso por escuchar
el satisfactorio “ploff” del tapón al ser descorchado. Pero no lo escuchó,
porqué cuando iba a tirar con todas sus fuerzas, se fue la luz.
Maldijo a la tormenta. Y a tientas, fue a buscar el móvil
que había dejado en el salón cuando lo llamó su madre. Al momento recibió
varios mensajes. Uno sobre la incidencia y otro del trabajo, sobre unos
informes que debía entregar. No hizo caso.
Giró sobre los talones para volver a la cocina y poder
seguir con lo suyo, pero el destino quiso que llamaran insistentemente con los
nudillos a la puerta. Antes de abrir deseó con toda su alma la llegada del fin
del mundo.
Era su vecina, que quería saber sí podía dejarle una linterna o en su defecto, unas velas. Resignado, la dejó pasar y ya que estaba, le preguntó si quería una copa de vino.
—Lo siento, no bebo —Le dijo— Pero te aceptó una taza de té si tienes y te funciona el fuego.
Se encogió de hombros y suspiró derrotado. Pues nada,
tendría que conformarse con un té. Estaba claro que no era su día...
Pues... He vuelto. Tengo el blog abandonado desde hace tiempo porque la vida no me da. Está historia comencé a escribirla hace semanas, pero no había tenido tiempo de rematarla hasta ayer. Ahora me queda un mes y medio frenético para intentar terminar el reto jajajaj locura máxima. Me siento como el pobre tipo al que la vida no deja de interrumpir. Y sí, a mi también me regalan una botella de vino en la cena de navidad XD
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2022. Trigésimo primera semana, Tu protagonista está deseando abrir la botella de vino que le regalaron, pero, una tras otra, no dejan de interrumpirlo en el proceso. Escribe un relato sobre ello.
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