Había empezado a hacer frío,
mucho frío. Tanto que, si quería, podía bajar de mi montaña y caminar entre los
hombres.
Los hombres… Los había estado
observando por años, sin inmiscuirme en sus asuntos, esquivando a aquellos que
osaban adentrarse en mis dominios. Pero ahora, ahora, sentía que había llegado
el momento.
Se habían destruido a sí mismos.
Después de las guerras, las hambrunas y los cataclismos, los pocos que quedaban
no eran más que un mísero rebaño abandonado. Necesitaban un nuevo pastor,
necesitaban volver a creer en algo. Pero hacerlo de verdad, y para ello,
necesitaban la prueba de mi existencia.
Yo no era idiota y no pensaba que
no pudieran hacerme daño, no eran insectos, pero, aunque lo hubieran sido,
incluso los más pequeños, pueden llegar a ser venenosos y mortales.
Aproveché que había dejado de
nevar y el sol brillaba blanco en el firmamento. La nieve me llegaba a los
tobillos, lo que quería decir que a ellos les llegaba casi hasta el cuello.
Descendí plácidamente, sin esconderme, hacía sus cuevas astilladas de cristales
rotos.
Me dejé ver.
Se asomaron a sus agujeros con
recelo y antes de que alguno de ellos se atreviera a salir al exterior, se
armaron con piedras y palos, como a la vieja usanza.
Levanté mis manos, enormes, hacia
el cielo, para que les quedara claro que no tenía ninguna intención de hacerles
daño. Entonces, uno muy pequeño, una de sus crías, salió corriendo hacia mí y
tiró del pelo de mis piernas.
Soltó una carcajada, levantó la
cabeza y me miró sin miedo. Tendí una mano hacia él, mientras los palos
cambiaban de una posición defensiva a una de ataque. El niño me cogió de un
dedo, abarcándome con todo lo que daba el ancho de sus brazos y yo lo alcé, lo
que provocó que estallara en unas hilarantes carcajadas.
Una mujer, su madre, se acercó
veloz, pero se detuvo, intimidada. Y al ver la felicidad de su hijo, me regaló
la mejor de sus sonrisas.
—¿Qué es?— escuché que
preguntaban al más viejo y sabio de los suyos.
—Creo… creo… —Dudó— Que es el abominable hombre de las nieves.
—¿Nos matará, nos comerá?— Se
preguntaron entre ellos.
Impertérrito, seguí balanceando al
niño de un lado al otro.
No las tenía todas conmigo. Pues
era más que probable que al final, aquellos hombres perdidos, decidieran
matarme y acabar conmigo. Así era su naturaleza, pero no me importaba mientras
mi presencia, les devolviera la esperanza que habían perdido.
Pues... Sigo fatal. No me da la vida. Bueno, pues mi Yeti es sabio y no tiene nada de abominable. Y me gusta que sea así. Para abominable, el hombre vulgar y corriente. Vale.... acabo de darme cuanta el reto iba sobre bigfoot y no el yeti y que no, no son lo mismo. Pues... así se va a quedar.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2022. Trigésima semana, Haz una historia acerca del día en el que bigfoot decide mostrarse y así confirmar su existencia.
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