Era mi primer día de servicio y
pese al entrenamiento, estaba muy nervioso.
—Venga muchacho, tranquilo, lo
harás bien.—Dijo mi compañero dándome una palmadita en el costado.
Eduardo, en comparación conmigo,
era todo un veterano, llevaba más de 20 años en el cuerpo y sabía muy bien lo
que hacía. Me gustaba, era profesional, simpático y olía a magdalenas.
Me abrió la puerta y subimos en
el vehículo, cada uno en su sitio, preparados (aunque yo no tanto) para la
acción.
Nos habían dado un soplo. Íbamos
a hacer un control antidrogas, uno a lo grande, porque se suponía que por
nuestra ruta iba a pasar un camión con 200 kilos de cocaína.
Paramos a unos cuantos, Eduardo
les hizo las preguntas de rutina, e inspeccionamos la carga. No encontramos
nada. Y mi nerviosismo aumentó, tanto, que tenía muchas ganas de hacer pis.
Pero no, aquel no era el momento ni el lugar.
Y entonces, cuando ya estaban a
punto de relevarnos unos compañeros, lo vimos a lo lejos, con matrícula
extranjera y el logo de una compañía frutícola.
El camión estaba lleno de
naranjas y de lo que no eran naranjas. Nada más que el camionero abrió las
puertas y Eduardo me dio la señal, salté a dentro y empecé a husmear entre el
contenido, esforzándome por colarme entre los huecos de los palés. No tardé en
encontrar lo que buscábamos y me puse a aullar como un loco.
El camionero ni siquiera espero,
empujó a Eduardo y salió corriendo como un poseso.
—A por él —gritó mi compañero
reincorporándose.
Y no necesité ninguna otra señal.
Me lancé como un tiro a perseguirlo y en menos de un minuto lo agarré del brazo
y lo derribé al suelo. Me puse encima y le enseñé los dientes, rabioso.
—No te muevas.—volvió a gritar
Eduardo, pero no a mí, sino al camionero.—Si lo haces, te destrozará.
Y sí, estaba dispuesto a hacerlo,
porque el era el malo y nosotros los buenos. Y porque se había atrevido a tocar
a mi compañero.
Cuando nos alcanzó, Eduardo lo
esposó y a mí me dio mi juguete.
—Toma —me dijo— te lo has ganado. Tu
primer día y ya eres todo un campeón.
Yo lo mordí y lo zarandeé como un
poseso, pero lo que más me gustaron fueron las caricias y los halagos y las chuches que sabía, vendrían después.
Pues... me parecía un reto un poco plasta y recordando otro del año pasado, en el que un participante toma como pov a un animal, dije vale. Que sea el perro él que lo cuente.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2022. Vigésimo octava semana, Haz una historia policíaca que incluya a un perro en su primer día de servicio.
Comentarios
Publicar un comentario