Rina me había dicho que Luganchu siempre acertaba. Y yo me había
reído en su cara porque todo el mundo sabía que el horóscopo era una mentira y
ella una ignorante. Pero Rina había terminado por ganar la lotería jugando al
55555, el número que Luganchu le
había dicho que le daría suerte.
Eso fue lo que me hizo cambiar de opinión.
Así que, un día después, leí el
mío. No contaba más que tonterías, pero me llamó la atención aquella que decía
que si quería casarme con el amor de mi vida (Josh, el tío buenorro del curro
que todavía seguía confundiendo mi nombre), tenía que hacerme con unos
pendientes dorados con forma de pez.
Pensé que podía hacerlo, que era
algo muy sencillo, y me puse a buscarlos por Internet. Encontré varios modelos
que me gustaron, pero o bien no estaban en stock o no hacían envíos a mi zona o
tardaban demasiado. Y no tenía tiempo, porque Luganchu me había dado una mísera semana.
Entonces Rina me envió un WhatsApp con la programación del evento de artesanos que iba a celebrarse ese
finde en la feria de exposiciones. Lo tomé como una señal del destino y supe
que allí encontraría mis peces.
Pero el sábado mis planes se truncaron y no pude ir. Un compañero del trabajo (uno que no era Josh) se puso enfermo y me tocó sustituirlo. Y la mañana del domingo, la tenía comprometida con unos amigos que venían de otro país y a los que hacía siglos que no había visto.
Cuando se marcharon pasaban de las 5. Me quedaban menos de 2 horas de exposición.
Por eso cuando llegué, la mitad de los puestos ya habían recogido y la otra
mitad lo había vendido casi todo. Un verdadero milagro para ellos y un gran
golpe de mala suerte para mí.
Recorrí los pasillos desatada,
perdiéndome entre los que trabajaban con barro, cuero y con madera. Nada de
todo eso me interesaba. Yo buscaba a los joyeros. Miré y pregunté a varios,
pero ninguno tenía peces. Tenían gatos, perros, pájaros y uno incluso
serpientes. ¡¡Serpientes!! ¡¡Nada de peces!!
Y cuando ya me había dado por
vencida, cuando ya contaba con la certeza de quedarme soltera para el resto de
mi vida… ¡los vi!, prendidos de las orejas de una niña pequeña.
Me acerqué a la madre, una señora
muy peripuesta y demasiado pija, e intenté convencerla para que me vendiera los
peces. Ella me tomó por loca y me dijo que aquellos pendientes valían más de lo
que yo podía pagar. Me lo tomé como el agravio que era y nos pusimos a chillar
y a discutir. Una cosa llevó a la otra y terminamos enzarzadas, tirándonos del
pelo, hasta que dos guardias de seguridad salieron de no se sabe donde y nos separaron.
La pija me acusó de querer
robarle a la niña y por extraño que parezca, la creyeron.
A mí se me llevaron a la garita y
a ella la dejaron en paz. En ese momento quise matar a toda la redacción del
maldito Luganchu.
En la garita el tiempo pasaba a
cuenta gotas y como no tenía nada más que hacer, me puse a cotillear entre los
cajones y las estanterías, hasta que encontré la caja de objetos perdidos. Me probé
sombreros y gafas de sol. Abrí paraguas y abanicos. Comí caramelos que no
estaban caducados por muy poco y de repente… No me lo podía creer, allí, en el
fondo de la caja, dentro de una caja más pequeña, había un pendiente, uno solo, con forma
de raspa de pescado. Y sin pensarlo demasiado, me lo guardé en el bolsillo. Tendría que valer...
Después de ver las cámaras y de
echarme una regañina me soltaron, pero yo llevaba mi botín a buen recuerdo.
Y ahora, sentada en mi
escritorio, con un pendiente que no hace juego con el otro, espero a que Josh
entre por la puerta y... ¡se dé cuenta!
*Escrito originalmente el 28 de Junio de 2022.
Pues... Sigo con mucho retraso y con la imaginación muerta. Pero bueno, poco a poco. Lo importante es escribir.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2022. Vigésimo tercera semana, Tu protagonista ha leído su horóscopo y está resuelto a encontrar unos pendientes dorados con forma de pez. Escribe un relato sobre la odisea de encontrarlos.
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