Hasta el moño, la
tenían todos hasta el moño. Y el suyo era un moño muy prieto y muy alto.
Lanzó una mirada ceñuda a sus nietos, que captaron
la indirecta de inmediato y dejaron de pelear. El pequeño se metió el dedo en
la boca y empezó a chuparlo ruidosamente. El mediano se puso a dar saltitos
alrededor del carro. Y la mayor miró desesperada en todas direcciones, no fuera
a ser que alguno de sus amigos y compañeros de la escuela anduviera por allí
cerca y pudiera verla.
—¡Quietos ahí, ni se os ocurra moveros un pelo!
Los tres niños asintieron a la vez. Era mejor
así.
Con los brazos en jarra y las manos sobre las
caderas, la abuela se metió en la tienda. Las rebajas que anunciaban eran espectaculares
y un montón de señoras se daban empujones frente a los saltos de cama y las
bragas de encaje.
Las pasó por alto. Ella tenía otras formas de
impresionar. Pero se detuvo en la sección de los abrigos, porque una gabardina
de color crema con botones dorados y charreteras militares se le coló por los
ojos. Era perfecta, pero más perfecta todavía era la etiqueta de descuento que
llevaba encima. El veinticinco por ciento.
Vio como otras dos mujeres se fijaban en ella,
y sonriente, levantando ambas manos y haciendo uso de sus poderes, las detuvo y
las elevó ligeramente del suelo, dejándolas pataleando en el aire, igual que si
caminaran por una cinta mecánica de correr, solo que sin cinta.
Se hizo con la gabardina y al ir a pagar,
gracias a su poder de persuasión, consiguió que el resto de personas que hacían
la cola la dejaran pasar gustosamente.
Salió con la bolsa colgando de un brazo y el
bolso de otro. Y asintió satisfecha al comprobar que los niños seguían en el
mismo lugar, allí donde los había dejado. No habían osado moverse ni un paso.
Sabían muy bien cuáles eran las posibles consecuencias de hacerlo.
Entonces sintió un tirón brusco y se quedó
clavada en el sitio. Igual que si pesara una tonelada, o dos. Ese era su seguro
antirrobos. Bajó la mirada lentamente hacia el suelo y se encontró con un
hombre tirado a sus pies. Con una mano se agarraba al bolso y con la otra no hacía
nada. Parecía aturdido, como si no supiera que era lo que acababa de pasar.
Los niños se taparon los ojos y abrieron los
dedos para poder mirar entre ellos. El hombre no lo sabía, pero había elegido
un mal día para intentar robar a la abuela.
—¡Tú! —exclamó— ¿Qué se supone que estás haciendo?
El hombre tragó saliva y antes
siquiera de tener tiempo para disculparse, la abuela lo hizo volar por los aires
hasta colgarlo de la farola más alta que encontró.
Hasta el moño. La tenían todos hasta
el moño.
Pues... no es novedoso, pero me lo pasé bien escribiéndolo.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Quincuagésima primera semana, Escribe un relato protagonizado por una abuela con superpoderes.
Comentarios
Publicar un comentario