Estaba sentada sobre la rama más baja del más grande de los castaños del patio. Con la falda del vestido subida hasta los muslos y los pies descalzos, balanceándome tranquilamente mientras terminaba de comerme una manzana. El enorme señor bigotes, el felino moteado que me había regalado la abuela por mi décimo cumpleaños, se lamía distraídamente las patas delanteras acurrucado entre las raíces que sobresalían de la tierra.
Cuando lo vi,
lo saludé efusivamente con las manos, al tiempo que le dedicaba una sonrisa
amplia y sincera. Una sonrisa que iba a borrarse de mi rostro tan pronto como
me contara lo que tenía que contarme.
Me hizo un
gesto con los brazos para que bajara.
Lo miré con el
ceño fruncido, suspicaz, y levanté las manos hacia arriba y a los lados. En lo
que venía a decir: << ¿Para qué? >>
Él se señaló y
me señalo, y después abrió y cerró la boca mientras se tocaba los labios con
dos dedos.
<<Tenemos
que hablar>>
No me moví. Tenía
claro que no iba a bajar. Lo que tuviera que decirme, tendría que decírmelo
desde ahí.
Suspiró y
empezó a mover las manos, haciendo entre otros, los gestos de “Tú”, “yo”,
“decisión” y “unión”
<<He
llegado a un acuerdo para casarte>>
Abrí mucho los
ojos y me agarré con fuerza con ambas manos a la rama sobre la que me sentaba,
después las alcé de golpe abriendo mucho los dedos.
<<
¡¿Qué?! >>
Él hizo el
dibujo en el aire de una “Ele” y una “E”
<<Leonberg-Eona>>
Y eso
precisamente fue lo que terminó de cabrearme y hacer que saltara enfadada del
árbol, apunto de pisar al señor bigotes, que captando la tensión que flotaba en
el ambiente, había comenzado a golpear violentamente el suelo con la cola.
Repetí la
“Ele” y la “E”, arrugué el rostro y señalé repetidamente el suelo con la palma
de la mano, rígida, como si estuviera aplastando algo.
<<
¿Leonberg-Eona?... ¡Es un crío! >>
Aquello lo
sorprendió. No estaba enfadada por el hecho de casarme, sino por el muchacho al
que había elegido para mí.
Mi padre hizo
entonces una cruz con los dedos y le añadió tres más.
<<Es
tres años mayor que tú, tiene dieciséis>>
Me encogí de
hombros y volví a repetir el gesto para “crío”. Después me cuadré, me señalé y
añadí los gestos para “hombre” y varias iniciales: “T.V.” y “K.D.”
A él le costó
unos segundos asimilar lo que intentaba decirle. Pero al final lo comprendió.
<<Es un
crío. A mí me gustan los hombres maduros. Como “Talan-Varin y
Kante-Dhal”>>
Se quedó perplejo
e imaginé que pensaba que me había vuelto loca. Respondió a toda velocidad,
haciendo un gesto tras otro sin parar.
<< ¿Preferirías
casarte con un viejo antes que con alguien de tu edad?, Varin es más de diez
años mayor que tú…>>
Lo interrumpí
alzando solemne una mano y repliqué sin miramientos.
<< ¿Y
qué?, está bueno y no es un crío. Su madre se casó con el abuelo y se llevaban
muchísimos años>>
Intentó hacerme
entrar en razón señalándome otros motivos.
<<Varin
es un violento y es tu tío >> y añadió girando un dedo sobre su sien
<< Además está loco>>
Arrugué la
nariz. No le faltaba razón. En ese punto sí que me había convencido. Pero lejos
de rendirme, proseguí con mi defensa. Hice un encogimiento de hombros seguido
del desplazamiento de mis manos y brazos hacia los lados. Insistí en las
iniciales “K” y “D”
<< ¿Y
qué pasa con Kante Dhal? >>
Sí. Dhal era
joven, rondaba los veinti pocos y tenía la constitución fornida de un hombre de
mayor edad. Pero los Dhal no se involucraban en guerras ni conflictos que no
les afectaran directamente.
Él replicó a
su vez.
<< Los
Dhal son un número muy reducido. Por eso he elegido a los Eona. Ellos son
muchos, son fuertes, son poderosos… serán un gran apoyo para nosotros. Además,
Leonberg es tú primo lejano y…>>
Volví a
interrumpirlo haciéndolo callar con las manos. Después adopté una mueca
maliciosa e hice unos cuantos gestos con demasiada agitación. Aun así, me
entendió sin problemas.
<<Si lo
que querías era una alianza… ¿Por qué no te casas tú?, Todavía eres joven,
Todavía puedes darme un hermanito…>>
Negó
tajantemente con la cabeza. No. Eso era algo que estaba fuera de toda
discusión.
Volví a
encogerme de hombros y realicé un gesto de lo más obsceno señalándome la
entrepierna y seguidamente el suelo. Lo que venía a decir:
<< ¿Por
qué?, ¿Acaso eres impotente? >>
Cualquier otro
me hubiera partido la cara por la insolencia. Pero él se limitó a cruzar los
brazos sobre el pecho, molesto.
No me di por
vencida.
<<No
eres de piedra. He visto como miras a las mujeres>>
Mi padre se
desesperó.
<< Y
según tú, ¿Cómo las miró? >>
Entonces deslicé
las manos por mi cuerpo de chiquilla y adopté un gesto sensual.
<<Con
deseo>>
En eso tenía
razón. No era un hombre de piedra. Pero sí un hombre capaz de sobreponerse a
sus deseos. Porque si volvía a casarse y volvía a tener un hijo, yo perdería
todos mis derechos. Y eso era algo que jamás permitiría. Yo lo era todo para
él. Era su única familia. Su mayor tesoro. Su razón de vivir.
Ladeé la
cabeza y lo miré con curiosidad… y tristeza. Después añadí una última pregunta
y unas nuevas iniciales.
<<¿Y la
viuda de los Dorna?... es una mujer poderosa,
madura pero guapa, no tiene hijos y es sabido por todos que te desea y que no
le importaría casarse contigo…>>
Me miró con
fiereza, y terriblemente enojado, cruzo varias veces con violencia los brazos
por delante de su torso, dando por terminada cualquier otra pregunta y
discusión.
<<No. Se
acabó>>
La mujer de los Dorna era hermosa. Una mujer exuberante que sabía utilizar a la perfección su cuerpo para seducir y lograr sus objetivos. Se había casado y había enviudado varias veces. Había ascendido de la nada a casi lo más alto. Y para alcanzar la cumbre, lo único que le faltaba para lograr su objetivo y saciar su ambición, era el convertirse en la cabeza femenina de la familia Relion, emperatriz del imperio Egenio. Algo que mi padre como emperador, no podía permitir, pues ese puesto me correspondía única y exclusivamente a mí. Y nadie, nadie, iba a arrebatármelo. Mucho menos una mujer como la Dorna.
Fue entonces
cuando me lancé a su cintura y lo abracé. El señor bigotes se levantó y con su
grácil caminar de bestia, empezó a dar vueltas a nuestro alrededor, rozándose
contra mis piernas mientras lanzaba pequeños ronroneos.
Levanté la
cabeza y lo miré desde abajo, sin disimular mi pena. Dibujé un corazón con todos mis dedos y después le toqué el pecho y señalé las comisuras de su boca, resaltando
su sonrisa. Diciéndole con gestos, lo que no podía decirle con palabras.
<<Te
quiero, quiero que seas feliz, y por ello, me gustaría verte sonreír>>
Aquella declaración terminó por romper el corazón de mi padre y reafirmarlo en su postura. Estaba convencido de no volver a casarse y de haber elegido a la persona correcta para mí. Si todo lo que decían sobre Leonberg-Eona era cierto, sería una buena persona, y, por consiguiente, un buen marido.
Su propia
felicidad era lo de menos. Porque mientras yo fuera feliz, lo demás, carecía de
importancia.
*Escrito originalmente el 26 de Septiembre de 2021.
Pues... esta vez hice un poco de trampa y reescribí parte de una historia de otro proyecto. Ya tenía a un personaje sordo, así que lo que me quedó por hacer fue pasarlo del punto de vista original, que era el del padre, al de la hija. Y bueno sí, es más largo de lo habitual y creo que abusa del termino "Manos" jajaja
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Trigésimo novena semana, Narra un cuento en primera persona protagonizado por una persona sorda.
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