Cuentan que Jean-Paul Dugin se
había quedado sin inspiración.
En un intento por aplacar su histeria y hacer
renacer su arte, fue invitado a la campaña por uno de sus mecenas. Al principio
Dugin aborreció el lugar, con sus sosos e insulsos campos dorados, tan
retratados en numerosos cuadros. Los bosquecillos le parecían de un verde
apagado y triste, y las casas, solitarias y tétricas construcciones rodeadas de
polvo. El cielo era demasiado azul y las nubes demasiado blancas.
Pero un día, tras una semana de
intensas lluvias, apareció la laguna. Al verla los campesinos se santiguaron.
La laguna aparecía y desaparecía y pocas veces traía nada bueno. La última vez
había llegado junto con la peste.
Dugin, por el contrario, quedó
maravillado con su presencia. Maravillado de su agua dulce y cristalina que
reflejaba los rayos del sol, de su capacidad de embotar los odios con el croar
de las ranas, de su olor a humedad y de sus altos juncos, altivos guardianes y
centinelas. Supo que tenía que pintarla.
Encargó una tabla, sacó los
pinceles de su saco, estrujó sus tubos de óleo y empezó a probar colores en su
paleta. Se trasladó a la laguna, clavó el caballete en el cieno y empezó a
pintar. Al principio no fueron más que pinceladas blancas, rápidas y furiosas.
Después añadió color y empezó a darle forma. Pero nada parecía convencerle.
Cuando para cualquier ojo inexperto hubiera parecido que el cuadro estaba
terminado, para Dugin, siempre seguía faltándole algo.
Pasaron los días y Dugin estaba
cada vez más alterado, no comía y casi no dormía, y cuando lo hacía, soñaba con
la laguna, como si sus sueños fueran a revelarle lo que le faltaba. Pintó
encima una y otra vez. La laguna a la luz del sol y a la luz de la luna. Y un
día por fin descubrió lo que le faltaba, cuando vio a unas muchachas levantarse
las faldas y enseñar los tobillos para meter los pies y refrescarse en el agua.
Necesitaba una mujer. Necesitaba
a una sirena.
Hizo posar a una muchacha durante
horas, bajo el sol inclemente, con la promesa de pagarle unas monedas y hacerla
famosa, inmortal. Captó su mirada cansada, atrapó su alma, y le puso una cola
enorme, verde y con escamas. Cuando dio la última pincelada, supo que iba ser
su mejor obra. Lo que no supo entonces, es que también iba a ser la última.
La muchacha que había posado para
Dugin enfermó y murió de insolación. Y él desapareció, dejando el cuadro en
casa de su mecenas. Un cuadro que titularon “la laguna y la sirena” y que
terminó vendido a uno de los más grandes coleccionista de arte de la ciudad.
Años más tarde, cuando la laguna
desapareció de nuevo, encontraron entre el lodo unos huesos. Los huesos del
célebre y malogrado pintor, Jean-Paul Dugin.
*Escrito originalmente el 25 de Julio de 2021.
Pues... Lo admito, no es de los mejores, pero de nuevo, no me molaba el tema. Me he inspirado en esa laguna del pueblo que tanto me gusta y que tantos años estuvo sin aparecer, hasta que de repente, lo hizo. He intendo plamarlo todo, desde esa falta de inspiración, hasta su llegada, sus problemas a la hora de plasmarla y su culminación. O eso creo... XD
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Trigésima semana, Describe el proceso creativo de un cuadro y haz que los elementos pictóricos sean parte de la historia. Por ejemplo, si sale un bosque, que sea relevante en la trama.
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