—¿Por qué quieres ir allí? —Le preguntaron—. ¿Es por el mundial?
Él se había mantenido muy serio y
había dicho:
—No. Es por el rey.
Entonces lo habían mirado como si
estuviera loco, como si pensaran que iba a ir allí a cazar elefantes.
No podían entenderlo, en sus
cuarenta y siete años de vida, nunca había salido del país. No era de esos que
se volvían locos por viajar y ahora, de repente, se largaba a la otra punta del
mundo sin dar más explicación que la de que se iba de viaje. Un viaje de
veinticinco días muy caro, que le había costado casi todo el dinero que tenía
ahorrado.
Cuando el avión aterrizó en
Johannesburgo, lo primero que hizo, antes de ir siquiera al hotel, fue montarse
en el bus turístico y recorrer los lugares más importantes de la ciudad: El
museo del apartheid, el barrio de Orlando West de Soweto y la casa de Nelson
Mandela.
Al día siguiente partió a ciudad
del cabo. Subió a Table Mountain con el funicular y contempló desde el cielo
las maravillosas playas salvajes de arena blanca. Cogió el ferry para llegar a
Robben island y ver el lugar donde había estado preso Mandela. Paseó por el
colorido barrio de Bo-Kaap, se perdió en el jardín botánico de Kirstenbosch y
disfrutó de la comida local.
En la reserva natural De Hoop
hizo senderismo, vio saltar a las ballenas y comió cebra de montaña. En santa
Lucia cogió un barco para navegar por el estuario y ver hipopótamos y
cocodrilos y se alojó en un hotel en el que los primeros paseaban por sus
terrenos durante la noche.
Hizo la ruta del Jardin hasta
Port Elizabeth y sufrió de vértigo al cruzar los puentes suspendidos sobre el
mar del parque nacional Tsitsikamma. En Gansbaai buceó con tiburones blancos en
libertad y en Betty’s bay disfrutó de los pingüinos.
Dejó el parque Kruger para el
final.
Se pasó allí nueve días con la
intención de ver a los cinco grandes: El león, el leopardo, el elefante, el
rinoceronte, el búfalo y sus crías. También vio guepardos, impalas, chacales,
jirafas, hipopótamos, facóqueros, hienas y aves de todo tipo. Curiosamente el
león fue el que más se le resistió y no consiguió dar con él justo hasta el
último día, cuando ya estaba desesperado. Cuando ya pensaba que había ido allí
para nada.
Iba por libre, sin guía, en un
4x4 alquilado. Los vio subidos en un árbol, repartidos entre sus ramas. Hembras
sin melena y un puñado de cachorros. Y él, el rey, tumbado en el suelo,
lamiéndose las patas.
Loco, enajenado por haberlos
encontrado por fin, bajó del coche, algo que estaba prohibido, y caminó hacía
ellos. Lo tenía todo pensado. Aquel iba a ser el culmen de su viaje, el punto y
final de su existencia. No iba a dejar que la enfermedad lo postrara en una
cama y lo convirtiera en un vegetal. Si algo tenía que terminar con su vida,
prefería que fueran los leones, prefería ser comido por ellos y no por los
gusanos. Prefería pensar que así de alguna manera, seguiría estando vivo y
formando parte de la cadena del mundo.
Y entonces el león rugió. Y él se
detuvo. Lo miró a los ojos, se estudiaron, le pidió que saltara sobre él y le
ahorrara el sufrimiento que le estaba por llegar. Pero el león no hizo nada, no
se inmuto, volvió a rugir y le dio la espalda. Tal vez porque estaba saciado,
porque no le apetecía, porque le parecía insignificante o porque le brindaba
una nueva oportunidad. La oportunidad de seguir viajando, disfrutando y
descubriendo el mundo hasta el final.
Se dio la vuelta, subió al coche
y regresó. Habló de su enfermedad, confesó lo que le pasaba, viajó, y sí, a
todo aquel que le preguntó, le dijo que había visto al rey, y que el rey lo
había exiliado y mandado de vuelta a casa.
Pues... Sí, parece una guía de viajes XD Busqué y me aparecieron un montón de lugares tan increíbles que ahora me han dejado con las ganas de ir algún día a visitarlos.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Vigésimo segunda semana, Ambienta tu relato en Sudáfrica.
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