En Marquesiña de gato perdido,
vivía una viuda con cuatro hijas. Las tres mayores estaban casadas, solo la
pequeña continuaba soltera.
Había desposado a la mayor con un hombre
apellidado Moustás, que era largo como el palo de una escoba y lucía un fino
bigotillo rubio. El Marido de la segunda era bajo y corpulento como un toro y
lo llamaban Capdebou. El de la tercera, Bigbeard, tenía la cabeza pelada como
un huevo, llevaba unos quevedos y lucía una poblada barba negra.
Todos los vecinos del lugar se
preguntaban porque una mujer tan hermosa, con hijas tan hermosas, había buscado
esposos tan pobres e insignificantes para sus niñas. Pero tenían esperanza,
porque todavía les quedaba la cuarta. Soñaban con reyes y príncipes, duques y
marqueses, condes y vizcondes, barones e hijos de algo.
Un día llegó a Marquesiña un
apuesto joven. Iba bien vestido y se notaba a la legua que era de familia
pudiente. Enseguida se hicieron ilusiones. ¿Cómo iban ellos a saber que aquel
hombre no era todo lo que aparentaba, que se dedicaba a seducir a solteronas y
viudas acaudaladas para quedarse con toda su fortuna y después despilfarrarla
en el juego y la bebida?
El joven, que había terminado con
la fortuna de su última amante, necesitaba una nueva conquista. Había oído
hablar de la belleza de la viuda y sus cuatro hijas, pero sobretodo de su
riqueza, y esperaba llegar a tiempo para apropiarse de una parte del pastel.
Tanto le daba si eran hermosas o no, tanto le daba la madre como la hija…
Se presentó en su casa luciendo
una gran y taimada sonrisa. Moustás abrió la puerta y se lo quedó mirando con
las cejas arqueadas.
—¿Qué desea el señor?
—Me gustaría presentar mis
respetos a la señora de la casa.
Moustás se encogió de hombros, lo
dejó pasar y lo llevó al salón, donde le rogó que se sentara a esperar,
mientras él iba a llamar a su suegra.
El joven observó satisfecho el
salón y se quedó prendado de sus tupidas cortinas de terciopelo, sus
candelabros de oro y plata, sus alfombras orientales, sus cuadros de pintores
de renombre, sus muebles robustos de caoba, sus exquisitas figuritas de marfil, sus libros
encuadernados en piel y su lámpara de araña.
Se frotó las manos de puro gozo,
de pura satisfacción. Hacía cábalas
sobre en qué y cómo iba a gastarlo todo cuando entró la viuda, vestida de negro
y el rostro cubierto por un velo.
Se presentó, besó su mano y
empezó a colmarla de halagos. Y al final, cuando pensaba que ya la tenía, le
dijo que quería su permiso para cortejar a su hija, pero que primero necesitaba
ver el rostro de su bellísima madre. El velo lo tenía anonadado.
La viuda sonrió para sí y cuando
se descubrió la cabeza, el joven estuvo a punto de desfallecer. Aquella mujer
era horrorosa. Su visión terrorífica. No tenía ojos, sino dos cuencas vacías y
hundidas. Su piel era gris y reseca como el pergamino. Sus cabellos ralos y
quebradizos. Por nariz tenía un agujero y de entre sus labios morados surgían
unos dientes amarillos, finos y puntiagudos como los de una fiera salvaje.
—¿Verdad que soy hermosa?
—preguntó
—Sí —contestó vacilante.
Moustás entró en su habitación y
se sentó junto a su mujer.
—¿Quién era? —Le preguntó ella.
—Nadie. Uno que se había
equivocado —Contestó él. Porque sabía que era lo que pasaba cada vez que alguien
intentaba engañar a la viuda y aprovecharse de alguna de sus hijas.
El amor de ellas, era para
aquellos que sabían ser ciegos al amor y la belleza. Por eso aquel día en
Marquesiña de gato perdido, todos los vecinos vieron entrar a un joven en la casa de la
hermosa viuda, un joven al que nunca vieron salir.
*Escrito originalmente el 9 de Mayo de 2021.
Pues... no, no es de los que más me gustan. Me costó un mundo escribirlo porque el tema en cuestión no me apasionaba. Pensé en llevar eso de "el amor es ciego" a otro nivel, pero no creo haberlo conseguido.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Décimo novena semana, Crea un relato en el que aparezca una madre terrorífica.
Comentarios
Publicar un comentario