—Bienvenida, Tey-Lan —dijo una voz cuando
esta abrió los ojos.
Tey-Lan se incorporó en su lecho
y reparó en la persona que acababa de hablarle, de pie junto a ella, vestida
con una túnica amplia, sin curvas distintivas.
No supo si era hombre o mujer, sus rasgos eran calculadamente harmoniosos
y andróginos: Rostro lampiño, pómulos suaves, cejas finas, cabello por los
hombros…
No la había visto nunca, pero
extrañamente, no se sintió amenazada.
—Es probable que no lo
recuerdes —continuó el desconocido (porque decidió que sería un “él”) sin presentarse—. Pero
eso ya no importa, lo importante de verdad es que estés aquí, de vuelta con
nosotros.
Tey-Lan frunció el ceño, pero
siguió sin hablar. Antes quería saber de qué iba todo aquello.
—Ven, sígueme. Te lo mostraré
mientras te lo explico.
La ayudó a levantarse, la sacó de
la habitación y la llevó hasta un gran ventanal.
Tey-Lan no quería mirar, no sabía
por qué, pero no quería. Su cuerpo tenía miedo, se resistía. Cerró los ojos.
Notó las manos de “él” posadas con ligereza sobre sus hombros y los abrió poco
a poco. Quedó maravillada.
El ventanal daba directamente al
exterior. A través de él podía verse un mundo nuevo. Verde, lleno de árboles
gigantes, cascadas y extrañas construcciones semejantes a molinos de viento,
pero mucho más estilizadas. Había pájaros de colores revoloteando por el cielo
como si fueran mariposas y edificios puntiagudas que parecían hechos de
cristal. Abajo, muy abajo, tan pequeñas como hormigas, las gentes se movían
pacíficamente.
—¿Cómo es posible? —preguntó.
—No es más que ciencia —respondió
su guía—. Apostamos por el reciclaje y las energías renovables, redujimos a cero
las emisiones contaminantes y desestimamos los plásticos en favor de compuestos
naturales. Conseguimos poner fin al cambio climático, las desforestaciones y la
sobrepoblación. Utilizamos la ingeniería genética para mejorar y fortalecer la
flora y la fauna. Y por supuesto, tuvimos que hacernos con el control. Y ahora
yo te he elegido a ti. Tú eres mi proyecto.
—¿Dónde estamos? —preguntó confundia—. ¿Eres un extraterrestre?
Él rió.
—Seguimos estando en la tierra,
pero en el futuro, ya no estamos en el siglo XXI
—¿Por qué yo? —preguntó casi como
si protestara. Ella nunca había sido nadie especial, solo una mujer más, del
montón.
Él sonrió.
—Porque no eras una persona
avariciosa, porque siempre intentabas hacer lo que creías que era lo correcto.
Sí, los tuyos eran gestos pequeños, diminutos, insignificantes… reciclabas,
compartías la comida con tus vecinos cuando estos la necesitaban, siempre que
podías permitírtelo comprabas en los comercios de proximidad, cultivabas tu
propio huerto y llevabas siempre la misma ropa, hasta que se te rompía de lo
gastada que estaba.
—Pero yo…
Él la cortó levantando una mano.
—Sí estamos aquí, también es
gracias a tu esfuerzo.
Cuando Tey-Lan empezaba a negar
con la cabeza, le dio una especie de mareo. Apoyó una mano en el ventanal y
tuvo una especie de “Déjà vu” que no era más que un recuerdo. Se vio a sí misma
delante de la pequeña inteligencia artificial que había creado. Un robot
llamado Iv-Primus que daba consejos igual que si fuera el ángel bueno de la
conciencia y que estaba diseñado para acompañar a todas aquellas personas
convalecientes o que se sentían solas.
Levantó la cabeza y lo miró.
Estaba claro que “él” no podía ser su pequeño robot, pues era mucho más
sofisticado, una versión superior y sin embargo…
—¿Iv? —preguntó
Él la miró y sonrió.
—Hola Tey-Lan, bienvenida de
nuevo —dijo asintiendo con la cabeza.
Lo habían conseguido, habían
conseguido un futuro mejor.
Pues... Vale, sí, no tiene nada de espectacular, pero es que no tenía ni idea de lo que era el solarpunk y tampoco es que la temática me apasionara. Este es un relato para salir al paso y cumplir con el reto, sin más. ¿Debí escribir "elle" en vez de "él"?...
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Décimo cuarta semana, El solar punk está en auge. Escribe un relato optimista sobre el futuro de nuestro planeta.
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