Natsú había tenido tres hijos
sanos, perfectamente normales, el cuarto, Cyan, nació con la piel azul.
—Será pasajero. —había dicho su
esposo.
Más ella sabía que la piel de
Cyan sería siempre de ese color. Porque cuando le pellizcaba las mejillas estas
no se volvían sonrosadas, sino que palidecían y se volvían claras como el
cielo.
Rot, Punane y Vermello tenían la
piel tan roja como ella y su marido. Entonces… ¿Qué habían hecho para que el
gran volcán los castigase con un hijo cómo Cyan?
Natsú sabía que cuando llegaran
las furias la pobre criatura quedaría a su merced. Lo había visto otras veces,
en niños que habían nacido con la piel de un color distinto: Verde, amarillo,
marrón… a todos los habían devorado por no ser rojos.
—¡Entrégalo!—insistieron las
ancianas—. Sufrirás ahora, pero no más tarde, cuando vengan y tú amor por él sea
ya demasiado grande.
Pero Natsú no podía hacer
aquello, porque con piel azul o sin ella, aquel era su hijo. Y lo amaba.
Mientras los días pasaban y Cyan
crecía, su familia se volcó en buscar la manera de hacer que su piel fuera roja
para engañar a las furias. Le pintaron la cara, lo cubrieron de sangre, lo
vistieron con plumas… pero nada funcionó.
De no haber sido por el color de
su piel Cyan hubiera sido un niño más. Le gustaba cantar, reír, saltar, jugar.
Era amable y considerado y muy listo. Cuando los niños que no eran sus hermanos
salían corriendo o lo miraban mal, él no les hacía caso. Era feliz porque su
familia lo amaba.
Un día, muchos años después de lo
que era habitual, el suelo tembló y el cielo se cubrió de humo. El volcán
acababa de expulsar a las furias, que bajaron por su cono surfeando corrientes
de lava, montadas sobre piedras incandescentes.
Natsú y su familia escondieron a
Cyan en un agujero que habían cavado en el suelo de su casa y salieron a
recibir a las furias. Estas llegaron y con sus ojos de llamas recorrieron los
rostros de todos los miembros del enclave.
—Tenemos hambre —dijo una con voz
chirriante, igual que si estuviera machacando rocas con los dientes—. Hemos
tenido un sueño muy largo.
—Allí tenéis nuestras
ofrendas —anunciaron las ancianas señalando el montón de comida, leñas y
animales vivos que habían preparado para ellas.
—¡No es suficiente! —gritaron las
furias—. Queremos más. Mucho más. Pero con unos cuantos de vosotros servirá…
—¡No podéis!—protestaron las
ancianas—. ¡Somos rojos!
—¿Y qué? —espetaron las otras—. No sois de furia, no sois de lava.
Salió entonces Cyan de su
escondrijo, cuando las furias estaban a punto de devorar a su familia. Abrieron
mucho los ojos y la boca empezó a humearles.
—Un niño azul, un niño
azul… —murmuraron extasiadas de puro deleite.
—¡Corre Cyan, corre! —gritó su
familia.
Pero el niño no se amilanó.
¡Estaban atacando a los suyos! Extendió los brazos y cuando las furias se
lanzaron sobre él, sus llamas comenzaran a extinguirse, pues la suya, la de
Cyan, era una furia mayor, lenta y mucho más fría. Era la furia de aquel que
siempre había sido diferente.
Y Natsú lo entendió por fin, ella
y su esposo no habían sido castigados por el volcán, ella y su esposo habían
sido bendecidos por el cielo. No todos tenían porqué ser rojos, Cyan era su
pequeño milagro de color azul.
*Escrito originalmente el 23 de Marzo de 2021.
Pues... La idea original pintaba muy bien en mi mente, pero luego llegó la hora de plasmarla en papel (Pantalla) y me pasó lo de siempre, que creció por si sola y se desbocó. El final me parece un tantno cursi XD
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Décimo tercera semana, Tu protagonista es de tu color favorito. ¿Qué implica eso en su mundo?
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