Las alarmas chillan estridentes
anunciando una brecha en el perímetro. Mientras mis compañeros se ponen en
marcha, a mí, como siempre, me asalta un recuerdo.
Hace calor. No sé si es un día de
primavera o de verano, pero vamos vestidas con pantalones piratas y camisetas
de manga corta. Nos montamos en las bicis. La mía es azul y tiene un timbre en
el manillar. La de mi amiga es rosa con una cesta de flecos de colores.
Pedaleamos frenéticamente por una carretera de cemento que nos aleja del
pueblo. Cuando llegamos a una pendiente, levantamos los pies y nos dejamos llevar
entre risas y gritos de júbilo.
Al llegar al final de la
carretera, dejamos las bicis a un lado, sobre la hierba de la cuneta, y
corremos hacia la pequeña capilla roja de la ermita. Asomamos la cabeza por las
rejas negras de la puerta y divisamos al santo y patrón del pueblo. Es muy
pequeño y descansa poderoso sobre el altar de piedra.
Bebemos agua de la fuente,
mojándonos el pecho y la barbilla, y con la tripa llena nos tumbamos en el
suelo, sobre las baldosas calientes, bajo la sombra de los cipreses.
—¡Mira, Cris! —chilla mi amiga
señalando con un dedo.
Sobre una ramita baja hay una
mantis religiosa de un verde mucho más claro que el de las hojas. Mi yo real se
estremece, el del recuerdo sonríe y observa con curiosidad.
La pequeña mantis ha conseguido
atrapar una mosca. Como en una súplica, la sujeta entre sus largas patas
delanteras. Las acerca a su cabeza y comienza a masticar lentamente y con
fruición mientras la mosca todavía viva, se agita frenéticamente. Come deprisa,
mordisco a mordisco va dándole fin.
Es algo hermoso… salvaje.
Cuando termina, de la mosca no ha
quedado otra cosa que sus alas translucidas, que descansan caídas en el suelo,
muy cerca de nuestra mirada. Lentamente, satisfecha, la mantis se aleja
caminando por la rama.
El recuerdo termina y vuelvo a la
realidad. Un compañero me golpea en el hombro al pasar a mi lado.
—¡Pieter, vamos, no te quedes
ahí parado! —Me grita.
Me montó junto a los demás en el
camión que nos conduce hasta la barrera, al lugar donde se ha producido la
brecha. Ya en nuestro lado, una criatura gigantesca con dos enormes ojos verdes
y unas larguísimas antenas, nos amenaza con sus patas de cuchilla. Me rió de
Godzilla. Comparado con ella era un pusilánime.
Voraz y condenadamente hambrienta, la criatura
se abalanza sobre mis compañeros que le descargan su munición sin hacerle ni un
solo rasguño, igual que si le estuvieran lanzando un puñado de sedosas plumas.
Coge a uno y como si fuera una mosca, se lo acerca a la boca. Mientras chilla
agitando desesperadamente los brazos y las piernas, le arranca la cabeza de un
bocado.
No encuentro nada hermoso en esa
imagen, porque lo que antes fue un recuerdo que ni siquiera era mío, ahora, se
ha convertido en mi salvaje realidad.
¿Quién puede asegurar que no seré yo la siguiente mosca?
*Escrito originalmente el 22 de Febrero de 2021.
El recuerdo esta basado en uno de verdad y el relato dedicado a Cris. Me gusta, pero a la vez, cuando lo leo, siento como que se me llena la boca y no me resulta fluido. Supongo que serán manías mías... o no.
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Novena semana, Haz una historia en la que la antagonista sea una mantis religiosa.
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