—Hola, buenos días, soy Clara
Lunin, del Provincial, ¿Podría decirme dónde puedo encontrar a Miguelito, el
campeón mundial de arrastre?
El camarero se la quedó mirando
como si fuera tonto. O sordo.
—¿A Miguelito? —respondió por
fin, rascándose una oreja con el trapo de secar los vasos.
—Sí, a Miguelito, nos ha
concedido una entrevista —y para que quedara claro, señalo con el dedo un
ejemplar viejo de más de tres días que reposaba doblado en la otra esquina de
la barra—. Para el provincial, el periódico… ya sabe.
—Ah, sí sí, ya sé. —contestó el
tabernero. Clara puso los ojos en blanco—. Pues a estas horas… tiene que estar
en el huerto, con Manuela.
—¿Y cómo llego allí? —preguntó
ante la pasividad del hombre.
—Ah pues… no tiene perdida. Solo
tiene que seguir la carretera que va hasta el final del pueblo y después tomar
el camino de tierra que hay a la izquierda, antes de llegar al campo de olivos.
Después gire a la derecha y ya. Cuando vea un pajar de calor rojo. Pues allí.
—Vale bien, muchas gracias.—Se
despidió saliendo por la puerta.
Se montó en el 4x4 y siguió las
indicaciones que le habían dado. La entrevista en cuestión había tenido mucho
bombo entre los miembros de la redacción. No es que se hubieran peleado por
ella, pero casi. Un vecino de la provincia, Miguelito, había ganado
recientemente el campeonato del mundo de arrastre celebrado en Noruega. Y
claro, de una noticia así, allí que nunca pasaba nada… todos querían encargarse. El muy bestia había
arrastrado una piedra de más de 1200 kilos durante 28 metros en nada menos que
15 minutos. Por lo visto era una autentica proeza. O a saber, porque ella no
tenía ni idea de esas cosas. Pero estaba segura que Miguelito estaría mazado y
buenorro… siempre podía hacerle ojitos, nunca había estado con un tiarrón de
esos y ella era una reportera famosilla y atractiva.
Se le escapó una risa solo de
imaginar las caras de envidia que pondrían sus compañeras. Anda que no iba a
presumir después, de lo bien que se lo había pasado con el tal Miguelito.
Nada más ver el pajar rojo,
detuvo el motor del coche y lo dejó aparcado en medio del camino. Bajó, se hizo
visera con las manos y justo en mitad de un campo, diviso al hombre que tenía
que ser Miguelito. Y también a la tal Manuela. Se dirigió hacia ellos poniendo
mala cara cada vez que sus tacones se hundían en la tierra blanda y cuando ya estaba
cerca, esbozó la mejor de sus sonrisas.
—Hola, ¿Miguelito?, soy Clara
Lunin, la reportera del Provincial —se presentó tendiendo una mano hacia el
hombre, alto y moreno, fornido y con una espesa barba cubierta de canas.
Manuela y él estallaron en sonoras
carcajadas. Clara frunció el ceño, indecisa, sin saber que era lo que les
parecía tan gracioso.
—Creo que se equivoca —dijo el hombre—. Yo soy Andrés, y Miguelito es ese, él que está ahí, detrás de usted.
Clara se giró y su sonrisa
desapareció de un plumazo.
Miguelito no estaba bueno. Estaba
cuadrado y era una autentica bestia, pero nunca podría haber nada entre los dos, porque… ¡Miguelito era un buey de arrastre!
Y entonces sí, Clara Lunin se
echó también a reír ante la mirada atenta de Miguelito, que casi parecía que les estaba guiñando un ojo.
*Escrito originalmente el 9 de Febrero de 2021.
Quería escribir algo alegre, gracioso. Había leído varios relatos de bueyes y todos eran tristes. Y no, Miguelito no está basado en uno de mis vecinos del pueblo, que va... Y no, tampoco tenía un buey, sino dos burros... XD
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Séptima semana, ¡Feliz año nuevo chino! Esta semana escribe un relato protagonizado por un buey.
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