La furgoneta blanca estaba cada
vez más cerca. No solo podía escuchar el rugido del motor con mayor nitidez a
sus espaldas, sino que también podía ver el reflejo de su carrocería en los
escaparates de las tiendas. Corría tan deprisa como se lo permitían sus
piernas, que no era mucho. Le pesaban como si estuvieran hechas de bloques de
hormigón.
<<Vamos, vamos, vamos, más
rápido…>> se azuzaba apretando los ojos con fuerza. Se suponía que era
ella quien tenía el control y sin embargo algo estaba mal, algo fallaba.
Giró en una esquina y desembocó
en la calle del centro comercial, se metió en su interior sorteando gente
cargada con bolsas y empezó a correr por las escaleras mecánicas que llevaban a
los pisos superiores.
Le estaba dando alcance, lo sabía, sentía su presencia pisándole los talones. Solo podía mirar hacia
delante y seguir, seguir hasta poder liberarse.
Salió a la terraza y miró a su
alrededor, había algunos pisos que eran casi tan altos como el centro
comercial. Saltó al que tenía más cerca y después a otro un poco más bajo que
tenía un toldo de color verde. Desde allí se deslizó por el canalón hasta el
suelo y siguió corriendo.
<<¡Abre los ojos, vamos,
abre los ojos!>> gritaba mentalmente.
Y entonces lo sintió, un tirón,
un dolor agudo que le atravesó la muñeca. El suelo bajó sus pies desapareció y
cayó. Negro, negro, negro, todo fue de ese color hasta que aterrizó encima de
un enorme tablero de ajedrez. Frente a ella había un hombre vestido con un
abrigo largo y oscuro. Era delgado, con la piel muy blanca, el cabello negro y
los ojos grises. Apretaba con fuerza los labios y fruncía el ceño en un rictus
aterrador.
Intentó gritar, pero del fondo de
su garganta no salió ningún sonido. El hombre metió la mano en uno de los
bolsillos de su abrigo y sacó una pistola dorada y pequeña, como si fuera de
juguete. La levantó y sin decir palabra, disparó.
<No estoy muerta, no puedo
estar muerta> se dijo.
Palpó todo su cuerpo con las
manos, buscando sangre, buscando algo… pero no encontró nada. Se giró y vio
detrás de sí una figura que parecía humana, pero que no tenía rostro. Cruzaba
sus manos con garras sobre el pecho, intentando tapar un agujero por el que
escapaban jirones de bruma gris. Y entonces lo entendió, el hombre del abrigo
oscuro no le había disparado a ella, sino a su perseguidor. No era su enemigo,
era su aliado.
—Dame la mano —le dijo con una
voz aguda y fría.—Confía en mí.
Dudó, porque ella no era de las
que confiaban en desconocidos, pero al final decidió que lo único que podía
hacer era confiar.
Confió… y despertó.
Mark, su marido, estaba sentado a
su lado con la preocupación marcada en el rostro.
Había tenido una pesadilla. De hecho, ahora
que había despertado, recordó que llevaba unos cuantos meses así. Siempre era
la misma pesadilla y en ella estaba siempre el mismo hombre, el hombre que
creía que iba a matarla, pero terminaba salvándole la vida.
Lo que ella no recordaba era que
las pesadillas habían comenzado el mismo día en que Mark le regaló el anillo que
ahora llevaba en el dedo, un anillo que había pertenecido hacía mucho tiempo a
una muchacha llamada Constantina, que había sido raptada por Morfeo.
Y lo que ella no podía saber era
que el hombre del abrigo oscuro se llamaba Vasilei y que después de perder a
su amada Constantina, había decidido convertirse en el guardián de los sueños y luchar contra Morfeo hasta el día en que el anillo fuera
destruido. Salvarla a ella, todas las
noches, era su deber.
*Escrito originalmente el 18 de Enero de 2021.
Me he inspirado en mis propios sueños y he aprovechado para juntar los más recurrentes. Reconozco que no sabía muy bien como terminarlo y por eso he decidido traer de vuelta a mi querido Vasilei (aunque sí, el final ha quedado un poco raro y flojo).
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Tercera semana, ¡Sueña! Inventa una historia corta de fantasía onírica.
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