Nuestras metas han sido siempre
muy altas, arduas y demasiado lejanas. Tal vez porque nos pasamos la vida
mirando hacia arriba, soñamos con tocar el cielo, con caminar entre las
estrellas. Y cómo somos sociables por naturaleza, soñamos también que no
estamos solos en el universo.
La primera vez que me puse el
traje estaba muy nervioso. La segunda vez lo estaba un poco menos. Solo cuando
el motor de la nave rugía y me aplastaba contra el asiento, me daba cuenta de
que estaba cumpliendo un deseo.
“Adiós” decía a la atmósfera con todo su
calor, y “Hola” daba la bienvenida a la vastedad desconocida del universo.
Luz y oscuridad. Estrellas aquí y
allá. Restos de intentos fallidos, basura flotante por todas partes. Y abajo,
por fin, el mundo. Una esfera perfecta, gigante. Casa y hogar. El lugar al que
regresar más tarde, luego, después de bailar en el cielo.
La tercera vez el viaje fue mucho
más largo, la aventura solitaria de un capitán intrépido. Cruce una parte
desconocida del universo. Descubrí y nombré planetas nuevos. Y al regresar me
recibieron como a un héroe, entre vítores y gritos, con todos los honores.
Y así, entre viaje y viaje, fue
pasando el tiempo, pero seguíamos estando solos en el universo.
La última vez yo ya era muy
viejo. Había viajado tanto, que la nave ya era como una parte más de mi propio
cuerpo. Marchaba para no volver, para dejar a todos atrás, para poner punto y
final.
Supongo que me perdí, porque no
era capaz de saber dónde estaba. Mi nave se estropeó y tuve que salir al
exterior para ver que le pasaba. No era nada serio y mientras trataba de
repararla, descubrí una nave mucho más pequeña y destartalada que se dirigía
hacia mí. Guardé el aliento y contuve la respiración. La nave se detuvo a mi
lado y la escotilla se abrió. De ella surgió la criatura más fea que jamás he
visto. Vestía un traje blanco, gordo e hinchado, y llevaba la cabeza metida
dentro de una bola de cristal. Tenía dos brazos y dos piernas, dos ojos
pequeños redondos e iguales, una nariz puntiaguda y la boca rodeada por unos
labios gruesos, grandes y gordos como gusanos. Pero lo peor era el pelo… estaba
por todos lados, le cubría la cara y toda la parte posterior del cráneo…
Ese día, en mi último viaje,
descubrí lo que ya sabía, que no estamos solos.
Su estrella se llamaba sol, su
planeta, tierra. Y él, humano.
*Escrito originalmente el 4 de Enero de 2021.
Dicen que el primero siempre es el más difícil... Pero me ha costado menos de lo que esperaba porque ya tenía la idea en la cabeza. Lo que me chirría es la ejecución, no me parece lo bastante pulida. En fin, poco a poco!
**Relato correspondiente a Literup 52 retos-de-escritura-para-2021. Primera semana, Inventa un cuento que suceda en las estrellas.
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